Por Bernardo Villar
El ser humano es, entre otras cosas, un ser que ocurre en compañía. Entendemos quienes somos estando en compañía de otros seres como nosotros. Parte de lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de establecer relaciones con otros seres humanos, sin embargo muchos de nosotros nos hemos sentido, o nos sentimos, desconectados de nuestros semejantes.
Por supuesto esto no quiere decir que no nos relacionemos, aunque muchas veces nuestras relaciones son superficiales, en un nivel transaccional: tú tienes algo que yo quiero y yo tengo algo que tu quieres, hagamos un intercambio y dejémonos en paz. Muchas veces desconocemos quién es la persona a nuestro lado, lo que siente, lo que la mueve, lo que sueña, lo que es importante para ella, lo cual puede no parecer importante cuando son personas con las que nuestra vida solamente toca momentáneamente, pero ¿cuántas veces no sabemos quiénes son las personas más importantes en nuestras vidas?¿Pareja, hijos, padres, hermanos, nuestros amigos más cercanos? Muchas veces no sabemos ni nos interesa saber.
Elegimos vivir desconectados porque es más sencillo: te veo como un ser ajeno a mí y no tiene que importarme tu vida y entonces espero que tú también me dejes en paz y no correr el riesgo de ir mas allá. Paradójicamente, esperamos que los demás estén listos a ocuparse de nuestras necesidades y circunstancias. Después de todo, yo soy más importante que todos ellos, ¿no?
El ser humano no puede escapar de existir en relación con otros seres humanos sin embargo muchos nos empeñamos en crear solo relaciones superficiales con nuestros semejantes. ¿Crees que relacionarte de otro modo impactaría en tus resultados? ¿Te funcionaría relacionarte de otro modo con la gente de tu vida? ¿Crees que valga la pena tomarse el riesgo?
Crearlo no es tan difícil, se requiere una sola herramienta: el lenguaje.
El lenguaje es el único modo en que nos podemos relacionar. Con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. El secreto está en dejar de oírnos a nosotros mismos cuando buscamos relacionarnos con otros.
Cuando vemos (no conocemos aún) a una persona, comenzamos a oírnos a nosotros mismos contándonos la historia de quién y cómo es esa persona, no más con verla y comparar lo que vemos: cómo habla, cómo se mueve, a quién le encontramos parecido con nuestro muestrario de creencias, decidimos si esta persona es o no de fiar, por ejemplo. Una vez que nos contamos esta historia buscaremos validarla y tener razón.
Para conocer a una persona requiero escuchar la historia que cuenta de ella, escuchándola a ella y no a nosotros mismos. ¿Te ha pasado que en medio de una plática no te importa tanto lo que la persona te está diciendo sino encontrar en tu mente lo que vas a responder? ¿A quién estás escuchando cuando pasa esto? ¿A la persona o a ti?
Cuando llegamos a una persona con nuestra historia sobre ella hecha y dada por verdadera, estamos cerrando la posibilidad de realmente relacionarme con ella para relacionarme con mi idea de ella. Es necesario poder vaciar todo lo que creemos saber de la persona para poder comprender quién es, no desde escuchar lo que dice, sino entendiendo por qué lo dice. No escuchado las palabras sino percibiendo a través de ellas el contexto, la conversación en la cual ocurre esa persona.
La habilidad más útil socialmente es saber conversar, pero ello no quiere decir hablar mucho y de modo divertido y elocuente, sino principalmente, saber escuchar.
A los otros, no a nosotros mismos.
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