Frecuentemente he dicho que el papel del entrenador es solamente crear el espacio en el cual los participantes puedan descubrir lo que deban descubrir y creen lo que elijan crear con lo que descubrieron.
¿Pero cómo crea el entrenador este espacio?
Provocando, proponiendo, invitando a ver más allá de lo que parece evidente, a indagar más allá de los conceptos y las creencias que ahora mismo están dando forma y color a cómo el mundo está ocurriendo para cada quien, comprobando la experiencia de la vida donde y cómo la vida ocurre.
El entrenador no puede perder de vista que no está ahí para enseñar nada, para que le crean nada o para que tomen como verdad nada de lo que tiene que decir. No es el emisario de una verdad mayor, no está para ayudar, no está para transformar a nadie. La transformación es un asunto personal e íntimo y cada quien lo causa en sí mismo.
Mucho menos puede olvidar que el entrenamiento no se trata de él o ella. No es el protagonista.
El papel del entrenador es enrolar a los participantes en la posibilidad que hay para ellos. A la posibilidad que son ellos.
No entusiasmar, no motivar, no convencer: enrolar. Causar acción comprometida y contundente hacia la posibilidad que los participantes encuentren para si en el espacio que se ha creado.
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