Por Bernardo Villar
A los seres humanos nos gusta sentir que todo está previsto, que todo está bajo control. Que podemos prever los resultados. En el esfuerzo por crear y proteger este afán de control hemos hecho estudios, hemos inventado teorías, modelos matemáticos, estadísticos, máquinas, programas y aparatos que nos brinden esa sensación de certeza.
Sin embargo todo el tiempo nos enteramos que sucedieron cosas imprevistas. Una tormenta cuando se suponía que no iba a haber una, una caída en la bolsa cuando parecía más fuerte, nos deja nuestra pareja cuando pensábamos que nuestra relación no podía ir mejor, etc. No importa cuánto queramos estar en control, las cosas pasan. No hay modo de evitarlo, el control es una ilusión tranquilizadora, pero solo una ilusión.
Buscando sentirnos en control planeamos cada movimiento, cada decisión, nos movemos con cautela; no hacemos nada hasta que el resultado es, al menos para nosotros, seguro. ¿Qué sucede? Sucede que vivimos una vida inmóvil jugando más a no perder que a ganar. Protegemos el gol que tuvimos la suerte de anotar en vez de salir a anotar más y frecuentemente buscando controlar el balón terminamos goleados.
En cualquier juego de equipo, el jugador que está cómodo es el de la banca: le van a pagar juegue o no juegue, no se va a lastimar, no se va a cansar, no va a sudar, en la banca no se puede equivocar. Pero por supuesto, el jugador en la banca no van a ganar el partido. El que gana o pierde el partido es el jugador en la cancha. Jugando es el único modo en que se reciben goles pero también es el único modo en que se meten goles. Y los partidos se ganan metiendo goles. Es la única forma.
¿Puede un jugador en la banca hacer que las cosas sucedan? No.
Un jugador en la cancha puede lastimarse, puede acabar su carrera en cualquier momento y sin embargo un jugador en la cancha es el que sale en las estampitas, el que tiene el gran contrato, el que sale en la portada. El de banca es anónimo. Los resultados de un jugador de banca son previsibles: llega, se pone el uniforme, sale a la cancha, saluda al público, se toma la foto y se sienta a ver el partido. Por supuesto, no cualquiera está en la banca de un buen equipo. Haber sido contratado aún para ser banca ya tiene su mérito, pero no va mucho más allá. Sus resultados son seguros, razonables.
Un jugador titular no sabe cuando sale a la cancha si va a ganar, si va a perder, si se va a romper una pierna, si lo van a amonestar o si lo van a expulsar. Tampoco sabe si va a meter un gol en ese partido pero sale de todos modos a ganar. No sabe cuál será el resultado pero igual sale a hacer que ocurra. ¿Puede perder? ¡Por supuesto! Pero también puede ganar, y puede ganar porque va a tomar una acción para que esto ocurra. Va a jugar, va a arriesgarse, va a ir contra toda lógica que le dice: no te arriesgues, así estás bien, de cualquier modo te van a pagar, te puedes lesionar. Contra todo sentido común de comodidad y supervivencia sale a jugar. Su resultado es un misterio, es potencialidad pura hasta que ocurre, y es su conducta irrazonable la que hace suceder.
La vida es como ese partido y tu y yo somos los jugadores. ¿Donde estás en el partido? ¿En la banca o en la cancha? ¿Juegas a ganar o a no perder? ¿Proteges, razonablemente, lo que tienes ahora o te lanzas irrazonablemente a dar el todo por el todo? En tus relaciones, en tu trabajo, en tus negocios, en tu vida personal, ¿qué están diciendo tus resultados? ¿Vas ganando por goliza o te están goleando? ¿O prefieres un empate? ¿Cómo juegas en tu vida?
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